#11 | La gran reinvención 2025-2045
Un sistema financiero zombi está a punto de morir y un nuevo sistema lucha por nacer.
La historia no se repite, pero rima, y cada 80 años, Estados Unidos alcanza un punto álgido. Es como si la nación se detuviera, se mirara al espejo y decidiera derribar lo que está roto para construir algo mejor. En 1785, fue un país incipiente que esbozaba una nueva democracia. En 1865 fue una nación ensangrentada que abolía la esclavitud y tendía vías para un futuro conectado. En 1945, América se levantó victoriosa, agotada y con el poder de reconfigurar el orden global.
Ahora, en 2025 vivimos otro punto de inflexión, enfrentándonos a un sistema financiero sostenido por cinta adhesiva y arrogancia y con el presidente Trump y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, encendiendo la mecha para una demolición controlada. No se trata solo de arreglar los mercados, sino de reinventar cómo fluyen el dinero, el poder y las oportunidades, como lo ha hecho Estados Unidos cada 80 años durante dos siglos y medio. Las similitudes son asombrosas, y los riesgos son igual de altos.
1785: Las ideas construyen la nación
La independencia de Gran Bretaña ya era realidad, pero Estados Unidos aún era un experimento frágil, con apenas 4 millones de personas frente al Iluminismo europeo. Inglaterra había liderado con máquinas de vapor y producción industrial, pero la contribución de América fue más audaz: la democracia representativa.
En la Convención Constitucional, los padres fundadores diseñaron un sistema para equilibrar el gobierno de la mayoría con los derechos de las minorías, pensado para resistir la tiranía.
De 1785 a 1810, construyeron un marco que se convirtió en modelo global. No era solo un gobierno, era una invención a escala civilizatoria, demostrando que una nación podía construirse sobre ideas, no solo fuerza.
1865: La innovación que llegó tras la guerra
La Guerra de Secesión dejó 750,000 muertos y los sistemas morales y económicos de la nación en ruinas. La esclavitud, el motor económico del Sur, era irreconciliable con la manufactura basada en trabajo libre del Norte. La guerra lo resolvió, pero la reinvención que siguió fue igual de profunda.
Las leyes Homestead y Morrill abrieron el Oeste, ampliaron la educación, y el Ferrocarril Transcontinental unió la nación. Las el número de vías de acero, impulsadas por el revolucionario proceso Bessemer, pasaron de 30,000 a 170,000 millas para 1890, transformando el movimiento de bienes y personas. La Reconstrucción buscó integrar a los esclavos liberados en una economía de libre mercado, aunque sus fracasos dejaron cicatrices. Aun así, de 1865 a 1890, Estados Unidos avanzó, demostrando que podía reconstruir tras su hora más oscura apostando por la tecnología y la oportunidad.
1945: El comienzo de los años gloriosos
El país superó la Gran Depresión, la cual expuso la fragilidad del capitalismo desenfrenado. Con la Segunda Guerra Mundial el país se puso a prueba. Los viejos sistemas —economía de libre mercado sin restricciones, aislamiento— se desmoronaban. La generación grandiosa, endurecida por la batalla y pragmática, construyó un nuevo orden: Naciones Unidas, Banco Mundial, la OTAN, un Estado de bienestar y un sistema de autopistas interestatales que unió al país. Tecnologías como la energía nuclear, las computadoras centrales y la aviación comercial, incipientes antes de la guerra, se integraron en la vida cotidiana. Los impuestos a los ultra ricos alcanzaron el 90%, no para castigar, sino para equilibrar un sistema que se había inclinado demasiado hacia la desigualdad.
Llegó la bonanza. Entre 1945 y 1970, Estados Unidos vivió una edad de oro del capitalismo, hasta que los choques petroleros y la estanflación indicaron que tras 25 años de gloria era hora de pivotar de nuevo. ¿La lección? Cuando los viejos caminos fallan, América se reinventa, aprovechando nuevas herramientas e ideas para impulsar el crecimiento.
2025 y un nuevo punto de inflexión
Al igual que en 1945, nuestros sistemas económicos tambalean. La Crisis Financiera Global de 2008 expuso grietas: Apuestas imprudentes de banqueros, rescates que favorecieron a las élites y activos zombis que nunca se limpiaron.
Las tasas bajas y la impresión de dinero de la Reserva Federal compraron tiempo, pero no arreglaron al sistema. La inflación golpeó más fuerte a la gente común, mientras los precios de los activos se dispararon, enriqueciendo a los que ya estaban arriba. Como en los años 30, las pasiones políticas son feroces, con el movimiento MAGA de Trump enfrentándose a una visión progresista, cada uno reclamando representar el futuro.
Como en 1865, los riesgos parecen existenciales: dos sistemas incompatibles, uno arraigado en el control centralizado y el dinero antiguo, el otro en la innovación descentralizada y el populismo, están en pugna. Y también como en 1785, estamos al borde de un cambio civilizatorio, impulsado por la inteligencia artificial, la energía limpia y una nueva forma de organizar la riqueza: la tokenización y las stablecoins.
El plan de Trump y Bessent, es una demolición controlada de las partes rotas del sistema financiero. La Beautiful Bill, aprobada en 2025, no es solo un paquete de gastos: es un caballo de Troya para la reestructuración.
La estrategia apunta a las ganancias inesperadas de 2008, cuando a los banqueros y propietarios de activos se les entregó un cheque en blanco de 700,000 millones de dólares. Esas ganancias, nunca recuperadas, alimentaron la desigualdad y la especulación offshore.
Ahora, el plan es dejar que los bancos zombis y los activos malos colapsen, con las stablecoins —monedas digitales respaldadas por bonos del Tesoro de EE.UU.— actuando como botes salvavidas para los depositantes. Los inversores institucionales, los fondos de pensiones y los tenedores de bonos extranjeros asumirán las pérdidas, no la gente común. Es un cambio en el guión de la crisis de 2008, donde las élites fueron rescatadas y los ahorradores aplastados.
No se trata solo de castigo, sino de construir un nuevo sistema, como el estado de bienestar posterior a 1945 o el auge ferroviario posterior a 1865.
Las stablecoins y la tokenización reemplazarán las acciones y los bonos, permitiendo a las empresas recaudar capital mediante contratos inteligentes que se disuelven cuando el trabajo termina. Los días de Wall Street como guardián del mundo financiero han terminado. Las pequeñas empresas, largamente privadas de crédito, accederán a mercados tokenizados, impulsando una revolución emprendedora. Bitcoin, vinculado al balance de EE.UU., anclará este sistema, frenando la inflación y reforzando el dominio del dólar. Cada transacción vivirá en un libro mayor público, exponiendo flujos de dinero ocultos: adiós a las donaciones encubiertas y al dinero ilícito. Es un panóptico digital, para bien o para mal, que recuerda la transparencia de los debates constitucionales de 1785.
La escala de esta reinvención refleja los puntos de inflexión pasados. En 1945, la energía nuclear y las autopistas reconfiguraron la vida diaria; en 1865, las vías de acero y las concesiones de tierras abrieron la frontera; en 1785, la democracia misma fue la tecnología. Hoy, la IA es el cambio de juego, lista para automatizar lo mundano y desbloquear abundancia, lo que Sam Altman llama la “Singularidad Suave”. La energía limpia y la bioingeniería reemplazarán el carbono y los plásticos, como el acero reemplazó al hierro.
Pero las transiciones son caóticas. Los mercados tambalearán mientras los fondos de pensiones flaquean y los viejos sistemas contables se desmoronan.
Los 5 billones de dólares en gastos de la Big Beautiful Bill y las tasas de interés del 1% no son estímulos, son un seguro contra el caos de la demolición, como las tasas impositivas del 90% de 1945 equilibraron el auge posterior a la guerra.
La historia muestra que estos puntos de inflexión desatan avances de 25 años. De 1945 a 1970, América construyó suburbios e instituciones globales. De 1865 a 1890, conectó un continente. De 1785 a 1810, demostró que la democracia podía funcionar. Los próximos 25 años, de 2025 a 2050, podrían ser igual de transformadores. Negocios impulsados por IA, financiación tokenizada y libros mayores transparentes podrían desatar crecimiento, como lo hicieron los ferrocarriles y las autopistas.
Pero hay un inconveniente: la gente debe adoptar las nuevas herramientas. En los años 90, los rusos cambiaron vales de privatización por centavos, dando origen a oligarcas y pobreza. Las stablecoins, que llegarán silenciosamente a nuestros teléfonos, podrían ser los vales de 2025: salvavidas hacia la riqueza si los conservamos, o arrepentimientos si los desechamos.
Los riesgos políticos reflejan los puntos de inflexión pasados. En 1945, el New Deal de FDR chocó con el aislacionismo de América Primero. En 1865, los abolicionistas enfrentaron a los confederados intransigentes. En 1785, los federalistas lucharon contra los antifederalistas.
Hoy, la visión de Trump de finanzas descentralizadas y transparentes se enfrenta a un statu quo burocrático centralizado. La lucha no está resuelta: la victoria de Trump en 2024 es una batalla, no la guerra. Como Lincoln en 1863, pidiendo una nación refundada, los líderes de hoy deben articular qué sigue. El plan de Bessent es un comienzo, pero solo el plano.
Europa, como en 1945, está rezagada. Sus bancos zombis y su apuesta por monedas digitales de bancos centrales (CBDCs) gritan control, no innovación. Los inversores probablemente se volcarán a las stablecoins respaldadas por EE.UU., reforzando la supremacía del dólar, como las instituciones posteriores a la guerra consolidaron el liderazgo estadounidense.
La Sección 899 de la Gran Ley Hermosa, que grava a los inversores extranjeros, obligó a Europa a reconocer las stablecoins, una maniobra geopolítica similar a la fundación de la OTAN. La historia sugiere que la nación que se reinventa más rápido gana.
¿Qué es diferente esta vez? Escala. La IA y la tokenización no son solo tecnologías: son cambios drásticos de nuestra civilización, como la democracia en 1785. Exigen nuevos sistemas, no parches.
¿El riesgo? Nos aferramos a lo viejo, como los británicos de 1834 que se aferraban a los palos de conteo mientras el dinero en papel se imponía. Cuando esos palos ardieron, también lo hizo el Parlamento, pero siguió la Revolución Industrial. El fuego de hoy es digital, y el auge podría ser mayor, si no retrocedemos. Los próximos 25 años dependen de si vemos los botes salvavidas y subimos a bordo, o nos quedamos en el barco que se hunde, pidiendo té y bollos mientras el agua sube.
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Un abrazo,
Guillermo Valencia A.